La mayoría de las casas romanas tenían un lararium. Se trata de un santuario doméstico, parecido a un pequeño armario o aparador, colocado en una esquinad el atrio, en el que tenían cobijo las imágenes de los lares. Algunos de ellos eran muy escuetos, pero otros estaban profusamente decorados.
Los lares eran una especie de espíritus o genios protectores de la casa, algo que para los romanos tenía un valor especial.
En los lararios romanos suele estar representada una serpiente que se enrosca en torno al altar. Es la serpiente conocida por su nombre griego, agatodemon, es decir, ‘numen benéfico’. Era protectora del hogar y propiciadora de la fertilidad.
La religión romana:
El pueblo romano concibió la religión de otra manera. La relación entre hombre-dios se basaba antes que nada en el temor. Consciente de que existían ciertos poderes ocultos, espíritus indescifrables que le acechaban, el romano buscaba protección en una religión basada en el culto y el ritual.
El romano concibió a veces la religión como un contrato entre hombre y la divinidad; a cambio de sacrificios y demás actos de culto, los dioses protegerían al romano, que era propenso a la superstición.
Cultos y rituales:
En la religión romana había tres tipos de culto bien diferenciados: el culto popular, el culto familiar y el culto público.
- El culto popular:
El culto popular era, básicamente, un culto agrario; en sus orígenes era un culto de los primitivos plebeyos de Roma. Ceres era la diosa que gozaba de mayor favor; en su honor se instituían y se celebraban sacrificios y rituales, a fin de asegurarse cosechas prósperas.
Esclavos e individuos de las capas bajas de la sociedad profesaban culto a los lares compitales, esto es, divinidades de los caminos y encrucijadas.
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